fbpx

Espiral del Mar

Paz Grau Arcís

Psicóloga
Pequeñas cazuelas y jarras, y una chocolatera que ahora están en mi casa

Mi abuela Concha: aprendiendo de mi linaje

¿Qué vas a encontrar en este post?

Mi abuela Concha vivía en una casa preciosa, de esas antiguas, con una larga historia, con el suelo de mosaico, las puertas con vidrieras, ¡de esas que podían abrirse hacia dentro o hacia fuera, como las de las películas de vaqueros! En el salón había una lámpara de cristal colgando de un techo alto, ¡altísimo! Sus paredes, pintadas de color salmón suave, con bellos dibujos con motivos florales en la parte superior, muy suave y las cortinas elegantes y antiguas. Muy antiguas. Había una escalera roja de mármol, ¡preciosa! A través de ella se subía a las habitaciones. ¡Eran unas habitaciones formidables con muebles antiguos! Con la jofaina, cabezales de cama castellanos. Y en el salón había un enorme piano de teclas ya amarillentas por el paso del tiempo. En la banqueta de terciopelo me sentaba junto a mis primas y mis primos y hacíamos sonar aquel maravilloso instrumento que había pertenecido a la tía Albina, la hermana de la abuela, de quien cuentan que murió joven porque cayó una bomba cerca, en la estación del pueblo, y del susto desarrolló parkinson.

img_1512

La casa de mi abuela Concha era maravillosa. Tenía dos chimeneas, una en la cocina, otra en la sala de estar. Eran chimeneas sencillas, sin ornamentos. Recuerdo haber visto a mi padre, junto a sus hermanos cocinar alguna paella en el fuego. Mmm… aún hoy recuerdo el olor tan especial a leña, y aún hoy de vez en cuando en el Montseny, aparece ese aroma, ahora procedente de alguna casa, de algún restaurante… olor a leña quemada, pero no cualquier leña, leña como la de ‘ca l’abuelita Concha’.

Y había una despensa enooorme. Una habitación entera de despensa. Allí estaba la máquina de coser, ¡y jarras de cerámica para las conservas! Cazuelas de metal antiguas, y fiambreras también de metal. Y cucharas, cuchillos y tenedores de metal, también antiguos y bonitos.

Pequeñas cazuelas y jarras, y una chocolatera que ahora están en mi casa
Pequeñas cazuelas y jarras, y una chocolatera que ahora están en mi casa

La cocina era grande, cuadrada, con una gran mesa frente a la chimenea. Y lo mejor de todo, desde la cocina se accedía al patio de la casa, enorme también, con la entrada para el carro, el antiguo establo y el pajar. Cuando íbamos a jugar, mi abuela nos sacaba viejas cazuelas y hasta un antiguo hornillo de carbón. Había un grifo en el patio, cuya agua caía directamente al suelo. ¡Y mi abuela nos dejaba jugar allí!, abrir el agua, ¡y no le importaba que derramáramos agua sobre el suelo! Y podíamos tocar la tierra, y acariciar el musgo que crecía sobre los escalones del pajar.

Mi abuela tenía margaritas, de esas que la planta tiene forma de bola grande, ¡a mí me parecía gigantesca! Claro… era un niña… Y también tenía calas, ¡y un galán de noche! A veces, en el mes de mayo, mi abuela cogía margaritas y calas y me preparaba un ramo que llevaba al colegio. Desde entonces adoro las calas y las margaritas. Y el galán de noche, ¡olía maravillosamente!! Mi abuela nos enseñó a mi hermano, a mi primo, a mi prima y a mí a coger las flores amarillas, abrirlas y chupar su dulce néctar.

Y mi abuela ‘emblanquinava’ (jejeje, sí, a veces me pasa, que hay palabras que no sé decirlas en castellano) las paredes. Las pintaba de blanco con cal. Con una caña larga, larga y un trapo, pintaba las paredes del patio con cal, o así lo recuerdo yo.

Mi abuela Concha hacía un arroz al horno… mmm…. mmm… y lo llevaba al horno a cocer. Recuerdo que los miércoles íbamos allí a comer y nos preparaba el arroz. Hubo un día que debió pensar que ya éramos mayores y nos podíamos hacer cargo de ir nosotros al horno a recoger el arroz. Mi prima, que era la mayor, llevaba la cazuela muy cuidadosa. Yo, que debía tener 6-8 años, la acompañaba, cual fiel guardiana del arroz que mi abuela había preparado. Y mi primo y mi hermano, un poco traviesos, se escondieron en una esquina, nos dieron un susto, y el arroz fue a parar al suelo. ¡El arroz! La cazuela de barro por el suelo, y parte del arroz esparcido. Asustados fuimos a casa de nuestra abuela con la cazuela medio vacía. Ese día nuestra abuela nos dio una gran lección. Ni una regañina, no nos dijo absolutamente nada. Cogió la cazuela, repartió el arroz que quedaba en los platos y alegremente nos animó a sentarnos en la mesa y a comer. ¡Gracias abuela!

¡Ah!, y mi abuela… tejía con una técnica que se llama ‘frivolité’, unas bolsas de pan preciosas tambien.

Hoy, 5 de octubre de 2016, hace 109 años que nació mi abuela Concha. De nuestros ancestros, de las personas de nuestra familia que nos precedieron, heredamos rasgos físicos, gustos, aficiones, forma de ver la vida. Desde hace un tiempo vengo recordando qué herencia me dejó mi abuela en todos los sentidos. Y entre todo lo que de ella heredé tengo claro que está el gusto por el ‘puchero’ (plato típico valenciano similar al cocido) con el caldo bien concentrado, fuerte; el arroz al horno, el amor a esa casa, la conexión que siento con ella. El amor a las margaritas, a las calas, el disfrutar y sentirse conectada a la tierra, el placer de cuidar el propio jardín. El permiso para jugar ensuciándome, para ensayar cómo era eso de ser mayor, jugar con cazuelas de verdad, el tocar la naturaleza estando en casa. ¡Y me acabo de dar cuenta!! Mi abuela, ya con ochenta y tantos años, subida en una mesa cambiando la bombilla de la lámpara. Mi abuela no paraba: siempre limpiando, organizando la casa, cocinando, ‘trajinando’. Y.. y yo también hago cosas.. siempre arriba y abajo, haciendo, organizando… También la búsqueda de la belleza, la belleza en la casa, la belleza de las flores, la belleza en los detalles. El otro día mi madre sacó la vajilla de mi abuela y era preciosa, llena de flores, fina, muy fina. Y unas copas preciosas.

Pero hay otras cosas que mi abuela también hacía y que no integré en mí y ahora quiero, conscientemente, recuperar e integrar, y son el dedicar tiempo a disfrutar (¡a mi abuela le gustaba jugar a las cartas con sus amigas!), al placer (¡mi madre me ha contado que en casa de mi abuela a veces celebraban fiestas!), el darme permiso para equivocarme y simplemente sonreír y disfrutar con lo que hay. Y todas estas cosas… ahora son muy importantes para mí. Por mi carácter soy parca en cuidar mis necesidades, en nutrirme, en permitirme descansar, disfrutar; haciendo y haciendo hasta la extenuación, a diario… Recordar a mi abuela, saber que todo esto también forma parte de mi herencia y que QUIERO TOMARLO. Está siendo muy importante para mí.

Y sabes… Cuando paso por la puerta de la casa, aún me acerco, aún acaricio sus puertas, la siento, la huelo. Y miro el escalón de la entrada. Es curioso, de pequeña me sentaba en él y me parecía que era altíiiisimo. Y ahora lo miro y resulta que no…

Y, y… ¿sabes? ¿Sabes qué? Hoy, ahora mismo, redactando estas líneas ha asomado ahí la niña que fui, esa que aún habita en mi interior, la que recorría la casa, la que miraba a mi abuela, la que olía la leña, la que tocaba el musgo sobre la tierra. Y hoy, tantos días, tantos años después, aún a día de hoy, siento cuánto amo a mi abuela Concha. ¡Gracias abuela!!

Desde aquí te invito a ti, ¡sí, a ti! a que rescates eso de tu abuela que aún no has integrado, esa herencia que está ahí, disponible para ti, que la tomes y la hagas tuya. ¡¡Vamos, ánimo!!

¡Gracias por compartir!