Al principio del estado de alarma, las circunstancias hicieron que tuviera que ponerme al cargo de mi familia. Mi padre enfermó, no de Covid, pero justo cuando peor estaban las cosas.

Me tocó estar al cuidado y a la vez tocaba con una sensación de incertidumbre muy grande, donde sólo pude sostener y sostenerme a mí.

La situación familiar mejoró, finalmente pude dedicarme tiempo para mí, pero me encontraba especialmente cansado… seguía sosteniendo a mis pacientes en el trabajo pero la energía que me quedaba era la justa.

Cuando levantaron el estado de alarma y ya se podía salir con más normalidad, me pasó eso que llamaron “síndrome de la cabaña”. Se me hacía realmente pesada la cosa de salir a la calle y todos los preparativos que había que hacer para ello.

Luego llegó el verano y de algún modo pude desconectar de cómo estuve, descansando y disfrutando.

Esto que nos ha pasado, ha reconfigurado nuestras relaciones y el cómo lo hacemos. ¡Uno no sabe a veces como saludarse o despedirse!

Creo que es importante ahora más que nunca volver a sentirse parte del grupo, compartir y sentir el contacto del otro.