Me gusta dejar que sean los libros los que me encuentren a mí, más que yo a ellos. Recorrer las estanterías de las librerías, dejarme sorprender de repente por un título, tal vez relacionado con algo que ya llevaba en mente, y tal vez no. Cogerlo, sentirlo en mis manos. Su tamaño, su peso, el olor que desprenden sus hojas, el tamaño de sus letras, ¡su letra! Leo una frase aquí, otra allá, y entonces, sólo entonces sé si realmente me está llamando o no. Lo siento aquí, en mi pecho, que se ensancha con cierta sensación de plenitud: ‘te encontré y es justo lo que necesito en estos momentos’.
Otras veces hay libros que aparecen de repente en una estantería, así, como quien no quiere la cosa, como si fuera casualidad que estuvieran allí. Y hago lo de siempre, lo cojo, lo abro, lo siento, lo leo… y siento que no, que no es el momento. Lo dejo de nuevo en su lugar. Y de repente, tal vez varios meses después, vuelve a aparecer, así, como por casualidad, buscando otra cosa aparece ante mi vista. Y me asombro. Lo abro, lo siento, leo de nuevo frases, escucho su llamado… y sí, esta vez, sí. Este sí es el momento justo de mi vida en el que tú y yo, querido libro, ‘vibramos’ en la misma sintonía.
Y otras veces… ¡otras veces siento justo eso sobre un libro y simplemente llega a casa, encuentra su espacio y espera un tiempo, a veces largo, a veces corto, en el que de nuevo toca mi alma y es entonces, justo entonces cuando llega el momento de pasar tiempo entre mis manos, acariciándolo, aprendiendo de él, emocionándome con él, sintiendo con él, y también a veces, por qué no decirlo, evadiéndome con él.
A todos esos libros que desde hace tiempo me han acompañado, a los que desde hoy mismo me acompañan y a los que en su momento llegarán a mí, a todos ellos, dedico este espacio.