A menudo las familias de los/as pacientes con daño cerebral me preguntan “por qué, por qué les ha tocado a ellos, por qué su familiar está en coma, o ha tenido un accidente cerebrovascular, o ha sufrido una traumatismo craneoencefálico, por qué su vida de repente se quebró de esta manera, por qué si todo marchaba en una dirección, de repente este golpe, por qué les ha tocado a ellos”. En esos momentos duros, en los que el dolor ante lo ocurrido es tan fuerte, tan potente, donde pocos argumentos caben, lo único que me cabe es acompañar. Acompañar desde la presencia, desde el silencio, desde el sim-ple-men-te estar. Estar con la mirada, estar con el corazón también sobrecogido por la vivencia de la persona que tengo enfrente, porque su angustia también me toca, también hace temblar mi corazón. Porque mi voz también se angustia, también tiembla ante la pregunta ‘¿por qué?. Y muchas veces, la única respuesta verbal que tengo es: “¿y por que no?”. ¿Por qué no nos han de tocar cosas amargas en la vida? ¿Por qué no nos ha de tocar la enfermedad? ¿Por qué no nos ha de tocar la muerte? Si la vida es eso: vida y muerte.
Y hay veces que ante tan trágicas situaciones no se me ocurren palabras y entonces, entonces una leyenda, una historia sirve para mucho. Sirve para entender, para llegar al ALMA, para mitigar, un poco, muy poco ese dolor. Y una de estas historias que suelo contar es esta que a continuación podéis leer, que leí en el libro “Vivir en el Alma” de Joan Garriga (editorial Rigden Institut Gestalt, página 92). Ahí va…
“Una historia de la tradición sufí, que tiene a Nasrudín como su personaje emblemático e iluminado (mitad idiota, mitad sabio) nos cuenta cómo un grupo de cuatro o cinco niños encuentra una cesta repleta de avellanas. No saben cómo repartirla entre ellos, así que acuden a Nasrudín y solicitan su ayuda para un reparto justo. Nasrudín accede con mucho gusto, pero les pregunta: ‘Preferís que el reparto se haga a la manera de Dios o a la manera del hombre?’. Los niños contestan sin dudar: ‘A la manera de Dios’. A continuación Nasrudín da media cesta de avellanas a uno de los niños, otra gran cantidad a otro, un puñado al tercero, unas pocas al cuarto y ninguna al quinto. Los niños se quedan asombrados y se quejan a Nasrudín: ‘Esto es injusto. ¿Cómo es posible? Pero si te hemos dicho a la manera de Dios’. A lo que Nasrudín responde: ‘Exacto. Yo lo he repartido a la manera de Dios, tal como me habéis pedido. Si lo hubieseis deseado a la manera del hombre habría intentado ser justo y ecuánime y daros a cada uno en proporciones iguales’.
¡Buenas noches y felices sueños!